Rabí Iosef Itzjak Schneersohn, de santa memoria, el sexto Rebe de la dinastía Jabad, nunca se satisfacía con logros «mínimos» de sus seguidores.
En lo que respecta a la Torá y a las Mitzvot, siempre insistía en que tenían que esforzarse para lograr niveles superiores a los ya alcanzados. Al gran estudioso se le exigía estudiar más, y al más devoto jasid se le exigía aumentar su nivel de observancia. Aunque el nivel de entrega al judaísmo de los judíos de Rusia no tenía comparación con ningún otro, la palabra «suficiente» no formaba parte de su vocabulario. Y a pesar del hecho de que en la Rusia Soviética, ese tipo de exigencia podía ser logrado tan solo con grandes sacrificios y aún con el riesgo de la propia vida, ninguna merma en el esfuerzo era tolerada.
Al mismo tiempo el Rebe se preocupaba por aquellos judíos rusos que se encontraban totalmente asimilados, no sabían Torá y no practicaban Mitzvot. El Rebe exigía a sus jasidim, trabajar con esa gente, aunque fuera tan sólo enseñándoles algunas letras del alfabeto hebreo, para así recordarles su herencia y la calidez del judaísmo.
El Rebe exigió a sus jasidim cumplir con ambas cosas simultáneamente y con la misma urgencia: sumergirse profundamente en la Torá, y enseñar Alef – Bet a otros; aumentar su propio nivel de observancia y asistir a otros en el cumplimiento de al menos un precepto.
En un momento de «prioridades», ese doble deseo parecería contradictorio. Si aún el estudio profundo del erudito parecía insuficiente y debía ser aumentado ¿Qué significado tendría el estudio del Alef – Bet por un lego? Por otro lado, si el Rebe estaba satisfecho con una simple Mitzvá por parte del judío asimilado, ¿por qué habría de exigirle más al judío jasid?
Pero la paradoja es sólo superficial, verdaderamente no hay contradicción. En el contexto de «Mesirut Nefesh» – el auto sacrificio exigido por la Torá – ambas exigencias son idénticas: el judío asimilado tiene una deficiencia en conceptos elementales, el judío erudito, tiene un defecto en devoción extra. Ambos tienen un defecto en su propia perfección y en ambos casos la deficiencia debe ser corregida con Mesirut Nefesh.
Eso explica el amplio espectro del programa iniciado por Lubavitch:
Establecer Ieshivot para altos niveles de estudio de Torá (para aquellos que ya son observantes), e intensificar el judaísmo entre niños y adultos que no recibieron siquiera la educación judía más elemental, y hacer ambas cosas al mismo tiempo, porque el uno sin el otro no son suficientes.
Es evidente que debemos tener Ieshivot donde los niños puedan estudiar Torá en una atmósfera cálida y donde puedan estar imbuidos de una vida de Torá y plegaria. Pero es evidente que, en la misma ciudad, y al mismo tiempo, hay niños judíos que se están hundiendo en el mar de la ignorancia y la asimilación. Para esos niños la Ieshivá es mientras tanto irrelevante, y debemos intensificar nuestros esfuerzos por ellos de acuerdo a su nivel.
Cuando un niño se está ahogando, no tenemos tiempo para hacer un análisis filosófico y calcular las prioridades. ¡Hay que salvarlo! Si la Torá no puede ser enseñada en hebreo, deberá ser enseñada en el idioma que el niño comprenda. Si el niño no está preparado para aprender conceptos profundos, la Torá deberá ser explicada con simples relatos.
¡Pero la Torá debe ser enseñada a todos! Y la Torá debe ser auténtica y no diluída, resumida o modificada.
Las exigencias de Rabí Iosef Itzjak son pertinentes tanto para nosotros aquí, como lo fueron en Rusia ochenta años atrás. Debemos estar «insatisfechos» con nuestros propios logros en el estudio de la torá y su observancia (para seguir avanzando) – y al mismo tiempo reconocer la importancia de enseñar aunque sea una letra de Torá a aquellos que saben poco o nada.