“Un fuego de júbilo se enciende dentro de mí, mientras pienso en el tiempo que partí de Egipto. Pero elevo mi voz en lamentaciones mientras rememoro cuando partí de Jerusalén” (Lamentaciones de Tishá BeAv).
En la vida de todos hay lluvia y brillo. ¿Por qué es que generalmente recordamos nuestros sufrimientos, y no preservamos igualmente memoria de experiencias gozosas?.
Por supuesto, como psiquiatra, raramente puedo esperar que los pacientes relaten sus experiencias placenteras. Ellos vienen por ayuda con sus problemas emocionales, los cuales creen ser el resultado de experiencias dolorosas. Esta selectividad está determinada por el juicio del paciente de lo que el psiquiatra necesita escuchar.
Pero, ¿por qué nosotros hacemos esto cuando hablamos a nuestros amigos? ¿No contamos nosotros mas frecuentemente a nuestros amigos acerca de nuestros problemas que lo que compartimos nuestras alegrías con ellos? ¿Podría ser que estamos proyectando, y que asumimos que ésta es la actitud de otros porque nosotros mismos preferiríamos escuchar acerca de las penas de otros antes que de sus alegrías?
Esta es una dura acusación, pero hagamos una pausa y pensemos. Escuchar acerca de la buena fortuna de alguien, tiende a despertar envidia, un sentimiento incómodo. Escuchar su pena puede hacernos sentir agradecidos que nosotros hemos sido más afortunados que ellos, un buen sentimiento.
Quizás si nosotros nos desembarazáramos de la envidia y desarrolláramos empatia, de modo que nos regocijaríamos con las alegrías de otros y sufriéramos con sus pesares, mejoraría nuestra selectividad de recuerdos..
Cuando dice la Amidá uno debe enfrentar a Jerusalén y el sitio del Templo (Oraj Jaím 94:2).
En Tishá BeAv, uno de los maestros jasídicos estaba llorando y afligiéndose tan implacable e intensamente que sus seguidores temieron por su vida. Decidieron que debían hacer algo para interrumpir el duelo de su maestro.
Uno de los discípulos lo abordó. “Maestro” dijo, Así que usted está afligiéndose porque el Santo Templo fue destruido. Por favor escúcheme. Nosotros podemos haber perdido el edificio, pero la parcela de tierra todavía está allí”.
El maestro cesó su llanto, y una débil sonrisa apareció en su rostro.
Tres veces al día nosotros enfrentamos Jerusalén. La parcela de tierra donde el Templo estaba en pie vincula a todos los judíos, uno al otro en plegaria. No todo se perdió.
Por el Rabino Twersky
Extraído de Viviendo cada día Editorial Bnei Sholem