El siguiente ensayo está basado en dos comentarios del Rebe en un Encuentro Jasídico (farbrenguen) luego de que la misión Apolo 8 de la NASA marcara un hito en la historia aeroespacial (Dic. de 1968).
Toda las mitzvot se dieron en Sinaí… sus generalidades y sus detallados pormenores. — Rashi a Levítico 25:1
Ayer tuvo lugar un suceso que no conoce precedentes en la historia humana: una nave espacial tripulada por seres humanos se acercó a la luna, la orbitó varias veces, fotografió tanto su “cara iluminada” como su “cara oscura”, y regresó sana y salva a la Tierra al sitio y tiempo exactos que fue programado.
El Baal Shem Tov enseñó que “de todo lo que la persona ve u oye debe derivar una lección en el servicio a su Creador”.
De hecho, este suceso, y cada uno de sus aspectos y detalles, están colmados de instructivas reflexiones en cuanto a nuestra misión en la vida.
Unas veinticuatro horas antes de la conclusión de la misión espacial, tuvo lugar otro suceso: se presentó una pregunta en una sesión del “Encuentro”, una pregunta que dicha misión espacial puede ayudar a esclarecer.
Un participante en el “Encuentro” desafió a uno de los oradores:
“Según sé, bajo la ley de la Torá, si una persona come alimento no-kasher, la pena es de treinta y nueve azotes. Pienso que lo que la persona come es su problema personal. Las leyes deberían prohibir y penalizar aquellas acciones que resultan nocivas a otros y a la sociedad, pero deberían mantenerse fuera de la vida privada del hombre”.
El Rabino que conducía la sesión se vio bastante aturdido por la pregunta. ¿Cómo explicar a una sala llena de gente joven, criada en la América democrática y libre, el hecho de que para un acto tan “inofensivo” y “personal” como dar un mordisco a cierta comida, la Torá instruye que la persona sea atada y se apliquen con un látigo 39 azotes a su torso descubierto?.
Tras toser y mascullar, ofreció la habitual respuesta de disculpa: a fin de que una trasgresión sea castigable con azotes debe cometerse en presencia dedos testigos; estos dos testigos deben primero advertir al infractor de la criminalidad de su acto y de la pena que conlleva; el infractor debe cometer el acto en el lapso de pocos segundos de la citada advertencia; así, debido a éstas y un sinfín de otras estipulaciones, esta pena era rara vez aplicada realmente, si es que alguna.
Por lo tanto, podría decirse que el castigo de azotes ordenado por la Torá es más un indicador de la severidad de la trasgresión que un procedimiento penal operativo.
Todo esto es muy cierto, pero no responde realmente la pregunta.
Aun si la pena de azotes se aplicara siquiera una vez en cien años, ¿el acto cometido merece semejante castigo? ¿Y por qué legisla la Torá tamaña brutal intrusión a la vida privada del individuo? Pero nuestros Sabios nos dicen que: La persona tiene el deber de decir: “El mundo entero fue creado para mí”. En palabras de Maimónides: “La persona siempre debe verse a sí misma medio meritoria y medio culpable, y al mundo entero medio meritorio y medio culpable — de modo que cuando comete una trasgresión, inclina la balanza para sí, y para el mundo entero, hacia el lado de la culpabilidad, y provoca su destrucción, y cuando realiza una única mitzvá, inclina la balanza para sí, y para el mundo entero, hacia el lado del mérito”.
Ingerir un alimento espiritualmente tóxico no es un acto inofensivo, ni es personal: toda la creación se ve hondamente afectada por cada uno de nuestros pensamientos, palabras y acciones, para mejor o, Di-s libre, para peor. ¿Qué crimen mayor puede haber que el que una persona ponga deliberadamente en peligro su propio bienestar, y el de su familia, comunidad y el mundo entero, porque su paladar prefiere una lonja de carne no-kasher a una kasher? Esto es lo que está escrito en los libros. La naturaleza del hombre, sin embargo, es que entiende y acepta más fácilmente las cosas cuando ve un ejemplo tangible de ellas.
Por Providencia Divina, tenemos un ejemplo tal en la misión espacial que concluyó ayer. A tres hombres adultos se les dijo que dejaran de lado toda preferencia personal y acataran un conjunto de instrucciones que dictaban cada una de sus conductas, incluyendo sus hábitos más íntimos. Se les dijo exactamente qué, cuánto y cuándo comer, cuándo y en qué posición dormir, y qué zapatos vestir. Si alguno de ellos hubiera desafiado este régimen “dictatorial”, se le habría recordado que mil millones de dólares fueron invertidos en su tarea.
Ahora bien, mil millones de dólares generan mucho respeto. No importa que no sean sus millones; con todo, cuando a una persona se le dice que mil millones de dólares están en juego, ésta se ajustará a todas las directivas e instrucciones.
Por supuesto, no tiene idea de cómo la mayoría de estas instrucciones se relacionan con el éxito de su misión.
Ello ha sido determinado por científicos canosos luego de muchos años de investigación. Pero creerá en sus palabras, y con gusto aceptará la colosal intromisión en sus asuntos privados.
¿Y qué si en juego no está un proyecto científico de unos miles de millones de dólares, sino el propósito Divino de la Creación?
Basado en una Sijá del 10 de tevet 5729.