En el año 1950, después de la desaparición física de Rabí Iosef Itzjak Schneerson, el liderazgo del movimiento de Jabad-Lubavitch mundial pasó a manos de su ilustre yerno, Rabí Menajem Mendel Schneerson, marido de su hija menor, la Rebetzn Jaia Mushka.
Es bien conocido el hecho que a pesar de la negativa inexorable inicial del Rebe de aceptar la responsabilidad del puesto, fue su esposa, la Rebetzn Jaia Mushka que, a pesar del gran sacrificio personal que esto traería consigo, influyó en él para aceptar el puesto con todas sus adversidades públicas y privadas.
Ella fue firme: “Es absolutamente inconcebible que los treinta años de total auto- sacrificio y logros de mi padre fueran, Di-s no lo permita, en vano…”
Erudita y mujer sabia, la Rebetzn Jaia Mushka ocupó el venerado y exaltado lugar de un modo absolutamente humilde y modesto. Toda su vida cumplió el ideal del Salmista: “Todo el honor de la hija de un rey está dentro”. Al llamar a la oficina del Rebe a “770” (Central Mundial de Jabad Lubavitch) o llamando por teléfono a una muchacha de la escuela secundaria enferma al internado para saber cómo se sentía, siempre se refería a sí misma simplemente como: “La Señora Schneerson, de President Street”.
Afectuosa y atenta a todos, la Rebetzn vio su papel como totalmente consagrado al trabajo de su marido. Incluso cuando transmitía los consejos de su esposo a aquellos que buscaban su guía a través de ella, repetía sus palabras con precisión, asegurándose que se entendió exactamente cómo el Rebe pensó.
Jaia quiere decir vida; Mushka, es una especia aromática.
Acerca de la importancia de colocar el nombre a una niña en honor de la Rebetzn, el Rebe dijo una vez: “Se puede demostrar que ‘sus hijos están vivos’ tomando una lección de su conducta, y conduciéndose en su espíritu, en su actitud de mesirut nefesh (auto-sacrificio)”.
“Más aún, al nombrar a una niña en su honor, y educandola para seguir su ejemplo. Después de todo, éste es el aspecto más básico de ‘sus hijos están vivos, y también ella está viva’…”
La Rebetzn no tuvo hijos propios, pero cuando un niño que la visitaba en su casa le preguntó: “¿Dónde están sus hijos?” ella contestó: “¡Los Jasidim son mis hijos!”.
Miles de mujeres y niñas alrededor del mundo llevan orgullosamente su nombre.