Luego de una apasionada recepción de los Diez Mandamientos, el pueblo, impaciente por el descenso de Moshé de la montaña, hizo para sí un nuevo dios, un becerro de oro. Examinemos de cerca el texto y quizá debieran hacerse algunas observaciones.
¿Podemos encontrar alguna exoneración para su idolatría?
Moshé estaba demorado en bajar de la montaña, así que la gente le demandó a Aharón un “dios que irá delante nuestro”, ya que el Moshé que dirigió al pueblo desde Egipto no estaba. ¿No era éste un pedido religioso sincero por lo Divino? ¿No era su rechazo hacia Moshé (y hacia todo lo que había enseñado) justificado, siendo que Moshé estando en la cima simbólica de la montaña estaba demasiado exaltado para gente ordinaria, sin importancia para ellos? Él era ideal para las responsabilidades del pasado, pero ¿acaso el pueblo no precisaba un nuevo dios, que vaya “delante de ellos” para enfrentar los problemas de un nuevo mundo?
El pueblo no era avaro, ellos dieron sus más preciadas posesiones y trajeron las más generosas ofrendas sin perder ni un momento. Quizá la indicación de sus verdaderos sentimientos se encuentra en la sentencia “y el pueblo…se levantó a pecar”. Su insistencia por un dios que pudiera comprender, su andar a tientas por una fe progresiva entonada con los tiempos en los que puedan abrazar, pueden incluso inspirar respeto en los mortales insignificantes sin miedo, lidiando con los insolubles misterios eternos. Podemos incluso ignorar la asquerosa forma que tomó su dios. Pero cuando todo su éxtasis religioso e inspiración terminó en una nota de lujuria, de liberación de su auto disciplina, de despojarse de los restos de Judaísmo, de pasarla bien, entonces sus motivos son sospechosos. ¿Buscan a Di-s o intentan escaparse de Él?
Ningún ideal puede ser examinado por sus expresiones verbales. Clamores espirituales no son una indicación de espiritualidad. Las acciones que lo inspiran son la medida del ideal que vale la pena. El judaísmo no es una prédica piadosa, sino que es vivir de acuerdo a las enseñanzas de la Torá.
Por Zalman Posner