
Por Chaya Strasberg
El pueblo judío se encontraba al pie de la montaña. Habían esperado este día desde el momento en que supieron que serían un pueblo libre. Acababan de ser redimidos de su brutal esclavitud en Egipto, presenciaron las diez plagas que Di-s había traído sobre los egipcios, experimentaron la sobrecogedora división del mar y viajaron por el desierto, protegidos por las nubes de gloria. Con creciente entusiasmo, contaban los días que les faltaban para este acontecimiento.
Y, sin embargo, el día en que el pueblo judío finalmente llegó al Monte Sinaí, Moisés no les dio instrucciones sobre cómo prepararse para recibir la Torá. El pueblo estaba débil por el viaje, y él no quería agobiarlos.
Al irnos de vacaciones tan esperadas, la mayoría de nosotros compramos y planificamos con días, e incluso semanas, de antelación. Queremos que todo sea perfecto. Con la emoción y la adrenalina corriendo por nuestras venas, podemos lograr cualquier cosa.
Nos preguntamos entonces por qué, al aproximarse una ocasión tan monumental, el pueblo no le rogaba a Moisés que los guiara en sus preparativos para el gran día.
Se nos enseña que cada uno de nosotros es verdaderamente parte de Di-s mismo, y quienes somos buscadores vivimos con un anhelo constante de alcanzar algo superior. Deseamos tocar, y aún más, experimentar, la luz Divina en nuestras vidas. Anhelamos ardientemente sentir lo infinito a través de nuestras conexiones con quienes nos rodean.
A medida que nos acercamos a Shavuot, la festividad de la recepción de la Torá, se nos da otra oportunidad de pensar en cómo traer ese espíritu Divino a nuestras vidas, cómo manifestar la energía vibrante de la Torá.
Encontramos una idea de cómo experimentar y manifestar el espíritu Divino en nuestras vidas en el viaje del pueblo judío al Monte Sinaí.
Cuando viajamos de un lugar a otro, no solo viajamos físicamente, sino también espiritualmente. Aunque un viaje pueda parecer corto por la cantidad de kilómetros que recorrimos, la distancia emocional y espiritual recorrida puede ser enorme.
Cuando el pueblo judío peregrinó por el desierto, no se limitó a recorrer terreno físico; dio pasos espirituales progresivos. Al llegar al Monte Sinaí, el pueblo judío se erguía como “un solo hombre con un solo corazón”, sintiendo una verdadera unidad en la raíz de su alma. Esa revelación supuso un cambio radical de paradigma, sin necesidad de preparación adicional para recibir la Torá.
Mientras nos preparamos para recibir e interiorizar la Torá con alegría y vitalidad, buscamos maneras de llevar su mensaje a nuestras vidas. Al igual que el pueblo judío al pie de la montaña, “como un solo hombre con un solo corazón”, podemos recibir la Torá este año como un solo pueblo, unidos con nuestros hermanos judíos.
¿Cómo logramos esta unidad? Para ser uno con los demás, debemos renunciar al ego. Cuando nos mantenemos unidos, reconociendo únicamente nuestra fuente común, podemos soltar nuestros impulsos externos y mirar hacia dentro, a la esencia de nuestro propósito. Podemos rendirnos y ver la paz de la intención de Dios en el mundo.
Wayne Dyer, un famoso orador motivacional, relata su infancia y sus mudanzas de un hogar de acogida a otro. Su hermano, que tuvo una infancia similar, aún vive una vida problemática, pero de alguna manera, Wayne logró ser diferente. Uno de sus pasatiempos de infancia, recuerda, era sentarse en la cama e imaginarse en un autobús. Imaginaba saltar para alcanzar la barra de la que se sostenían los adultos, que estaba muy por encima de su alcance. Se quedaba suspendido en el aire, sin saber la ruta exacta que tomaría el autobús. El autobús seguía su camino hasta que le tocaba bajar, momento en el que, mágicamente, lo dejaban en su destino.
La inocencia de este niño y su fe en que la vida que Di-s había planeado para él lo llevaría al lugar perfecto lo ayudaron a sobrellevar su difícil situación. También lo ayudaron a alcanzar el éxito en la vida y a convertirse en un modelo a seguir para los demás.
El poder de la entrega es que nos permite vivir en paz y abrazar nuestras vidas, sabiendo que el plan final está a punto de ser revelado.
Otra forma de lograr la unidad y la conexión con los demás es a través de la empatía, identificándose con las experiencias de los demás.
Los dos ejemplos siguientes muestran cómo los Rebes de Lubavitch mostraron empatía, cuidado y conexión en sus interacciones con sus jasidim.
El Rebe Maharash (el cuarto Rebe de Lubavitch) pasaba muchas horas con sus seguidores, dándoles consejos y bendiciones. A menudo, entre cada visita, necesitaba cambiarse de ropa. Su esfuerzo por identificarse con la experiencia única de cada individuo le exigía tanta energía y esfuerzo que su ropa quedaba empapada de sudor.
En una ocasión, mientras se reunía con gente, el Rebe Rashab (el quinto Rebe de Lubavitch) cerró la puerta y se negó a recibir más visitas. Sus seguidores, que estaban afuera, lo oyeron llorar y rezar. Durante muchos días después de este incidente, el Rebe estuvo tan débil que apenas podía levantarse de la cama.
Uno de los ancianos jasidim le preguntó qué había causado esta debilidad. Él respondió que cuando alguien viene a preguntarle cómo corregir un pecado, debe ser capaz de encontrar el mismo pecado, incluso de forma sutil, dentro de sí mismo. Ese día, un visitante había llegado a preguntar sobre un pecado que el Rebe no podía relacionar en absoluto debido a su gravedad. Y sin embargo, como la Divina providencia había traído a este hombre ante él, se dio cuenta de que debía haber alguna manera de que pudiera empatizar con esta persona y su pecado. Este pensamiento lo conmovió profundamente, haciéndole encontrar un rastro sutil de un pecado similar dentro de sí mismo.
Al permanecer ante el Monte Sinaí esperando recibir la Torá para integrarla en nuestro cuerpo y alma, reconocemos que somos uno con los demás y con Di-s. Al renunciar a nuestro ego y dejar que Di-s tome las riendas, y mediante la empatía, nos nutrimos mutuamente y nos conectamos con el verdadero e infinito sustentador: Di-s mismo.
Por Chaya Strasberg