Un señor compró un perro. No veía el momento de mostrárselo a su vecino. Después de un par de semanas, finalmente el vecino retornó de su viaje y vino a saludarlo.
El hombre llama al perro, señala el diario que está sobre el sofá, y ordena: “¡tómalo y quédate allí!”
Inmediatamente, el perro se trepa al sillón y se sienta, moviendo furiosamente la cola. De pronto, su expresión alegre desaparece. Comienza a ladrar, su cara se torna ácida. Mira a su dueño y le dice: “¿Crees que hacer esto es fácil, mover mi cola todo el tiempo? ¡Oi! ¡Moverla tanto me provoca dolor! ¿Y crees que es fácil comer esa inmundicia a la que llamas comida balanceada para perros’? Olvídalo, es muy salada y me provoca gases. Pero, ¿a ti qué te importa? ¡Deberías probarlo tú mismo!”
El vecino está totalmente anonadado. Sorprendido dice: “No puedo creerlo”
“Lo sé” dice el dueño. Todavía no lo he terminado de entrenar. Creyó que dije: “quéjate”…
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A veces estamos atrapados en círculos, dando vuelta día tras día quejándonos constantemente sobre las cosas. Conozco gente que se viene lamentando de las mismas cosas por los últimos 30 años. “¿Por qué hace tanto calor? ¿Por qué los vecinos hacen tanto ruido? ¿Por qué mi cónyuge es tan testarudo/a? ¿Por qué mi jefe es tan desagradable? ¿Por qué mi madre es tan demandante?” Y la lista sigue.
Algunos se acostumbran tanto a ello que las quejas pasan a ser parte de su vocabulario. Si tratas de ofrecerles una solución te dicen: “No funcionará” “Ya lo he probado antes” “No entiendes el problema” etc. Dan la impresión de que si dejan de quejarse no tendrán otro tema para hablar.
Una queja es un mensaje que nos envía el cerebro, avisando que algo no está bien. El propósito no es que demos vuelta quejándonos durante los próximos veinte años, sino el provocar que actuemos.
Para esto, les sugiero estos cuatro poderosos puntos con los que debemos enfrentar los problemas, y de esta forma no necesitaremos quejarnos:
1) ARRÉGLALO: Si no te gusta lo que tienes, arréglalo.
2) PIDE QUE ALGUIEN LO ARREGLE: Si no puedes corregirlo solo, habla con alguien que pueda hacerlo. No tiene sentido dar vueltas y quejarse a la gente que nada puede hacer.
3) ALÉJATE DE ELLO: Si no puedes arreglarlo por ti mismo, y no logras encontrar a alguien que te ayude a hacerlo, ve a un lugar donde el problema no exista.
4) ACÉPTALO: Si no puedes hacer nada de lo anterior… entonces, ¡acéptalo!. Aprendiendo a aceptar las cosas como son en lugar de que sean como quisiéramos, quitarás una gran carga de tus hombros.
Adoptando una de estas cuatro opciones seremos un ejemplo vivo para nuestros familiares y amigos. La energía que antes se usaba para quejarse y hablar de cosas negativas, podrá ser ahora redirigida hacia emprendimientos útiles. Y sentirás que tienes más espacio libre para sentimientos de paz y alegría.
Adaptado de un artículo de Rabí Iaakov Lieder