Realmente grande

Rabi Moshe Feinstein fue uno de los más grandes ‘Poskim’ (legislador de las leyes de la Torá) contemporáneos.
Debido a su habilidad para entender y determinar las preguntas legales más difíciles, le “llovían” preguntas constantemente, día y noche. 

Los más grandes Rabinos de los cuatro puntos del planeta venían a escuchar sus opiniones acerca de los problemas legales más difíciles. Innecesario es decir, pues, que era una persona muy ocupada.
Además de esto, era también el Director de una Academia de Torá (Rosh Ieshivá) y era el mentor espiritual de miles de judíos. Así que dispuso ciertos tiempos para recibir visitantes y el martes era el día abierto a todo público, para que puedan hacer sus preguntas.


Así fue su costumbre por decenas de años hasta, que en el año 1986 a la edad de 91 después de una larga y agotadora enfermedad, falleció. El mundo judío entero lo lamentó y lloró.
Pero parece que no todos se enteraron.


Un martes, después de unas semanas, una señora anciana vino a la casa del gran Rabino y preguntó por qué no había ninguna larga fila de personas aguardando, al igual que todos los martes. ¿Acaso el Rabino cambió su horario de atención?
Claro que cuando la pobre mujer oyó las amargas noticias, empezó a llorar.
Pero cuando se tranquilizó, uno de los jóvenes Rabinos presentes allí, le dijo que si ella tenía una pregunta, él trataría de ayudarla.
Después de todo, razonó, ¿cuán difícil sería la pregunta que semejante simple mujer podría tener?
Probablemente deseaba saber si su pollo era kasher o algo similar.
“¡Oy!” La mujer contestó. “¡¡¡Qué hombre maravilloso!!! No sé si existe otra persona igual. Era de gran ayuda para mí. Pero supongo que tiene razón, quizás pueda ayudarme. ¿Usted entiende ruso?”
“¿Ruso?”, le preguntó el Rabino.
“Sí, el idioma ruso”
“No” contestó el joven Rabino. “No creo que ninguno de nosotros sepa ruso. ¿Pero qué diferencia hace a la pregunta que usted tiene?”
“¡¡¡Ahh!!! Supongo que usted no puede ayudarme”, la anciana respondió tristemente.
“Usted verá, durante los últimos veinte años, cada 2 o 3 semanas, recibo una carta de mi hermana en ruso. Pero no entiendo una palabra de ese idioma, y es por eso que yo venía tan seguido aquí y el Rabino, siempre tan amable la traducía para mí.

¡Semejante hombre maravilloso!”


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