En Simjat Torá de 1977, en medio de las Hakafot, el Rebe sufrió un infarto. Con denodado esfuerzo terminó sus Hakafot. Durante aquellos días fatídicos de Tishrei de dicho año, en el mundo de Lubavitch y más, reinaba una gran confusión. La única persona que se mantenía calmada era el Rebe mismo.
Hoy en día, sabemos el final feliz de la historia. Conocemos los milagros que llevaron a Rosh Jodesh Kislev, el día en el cual el Rebe volvió a su casa; un símbolo de recuperación completa. Hoy, se celebra con reuniones jasídicas y por sobre todo con la acción.
Su Legado está en todas partes. En Argen‐ tina y el Congo; en Israel y Europa; en Moscú y Nueva York. Por todas partes.
Sus programas tienen lugar en las escuelas y en la calle, en sinagogas y en casas, en ofici‐ nas y prisiones, en el ciberespacio y también uno a uno, de manera formal e informal.
Están conectados entre sí, pero se mantienen independientes. Fieles a la Torá en sus vidas personales, aunque suficientemente amplios de criterio como para no excluir a nadie e incluir a todos.
¿Qué hay detrás de estos Jasidim, alumnos y seguidores de Lubavitch y qué los motiva? El Rebe. El Rebe de Lubavitch, Rabí Menajem Mendel Schneerson.
Aun ahora, a casi tres décadas de su fallecimiento, cientos de parejas jóvenes, estimulados por su visión y su pasión, se sienten privilegiados de dejar hogares y afectos para asumir posiciones permanentes como emisarios del Rebe, shlujim, lejos de su familias, comunidades, raíces espirituales, confort y diversiones.
Cada vez son más los judíos que en todas partes siguen inspirándose en las enseñanzas y la guía del Rebe.
Un flujo constante de personas Jasidim y no Jasidim, hombres y mujeres, niños y niñas y en general gente de toda clase y condición llega en bandada a su lugar de descanso, el Ohel.
Ese fuerte legado se intensificó a partir de ese Rosh Jodesh Kislev, el mes de la luz.