Reb Iosef vivía en Nikopol, al norte de Bulgaria. Su principal interés en la vida era el estudio de la Torá, pero mantenía a su familia con su trabajo. Poseía una tienda con un conocido. Pero la división de la labor era problemática.
Reb Iosef despertaba temprano en la mañana para orar, iba a la casa de estudio durante varias horas, y llegaba a su tienda antes del mediodía. Su compañero, que ya había tratado con los clientes durante varias horas, comenzó a resentirse. Respetaba la diligencia de su socio en el estudio de la Torá, pero necesitaba ayuda en la gestión de la empresa.
Una mañana Reb Iosef estaba estudiando cuando alguien planteó una cuestión compleja en la ley de la Torá. La acalorada discusión que siguió se prolongó durante horas, mientras todos los estudiosos intentaban responder.
Cuando Reb Iosef levantó la vista del volumen de Talmud ya era bien entrada la tarde. Al llegar a la tienda, su socio estaba furioso. “¡Deseo romper la sociedad!” Reb Iosef le pidió que esperara un día más antes de la disolución, pues deseaba consultar con su esposa. Esa noche le pidió su opinion.
Su esposa, una mujer justa, le aconsejó seguir estudiando, y no reducir las horas dedicadas a la Torá. “Si tu socio cierra una puerta, tengo plena fe en que Di‐s abrirá otros canales y enviará su bendición”.
Animado por esas palabras, al otro día Reb Iosef anunció que estaba dispuesto a poner fin a la sociedad. Recibió la mitad del valor de la comercio y quedó sin empleo.
“No dejes el dinero durmiendo en casa”, su mujer le aconsejó. “Ve al mercado y busca un negocio” Reb Iosef estaba tan involucrado en sus pensamientos de Torá que por la costumbre sus pies lo llevaron a la sala de estudio, donde permaneció hasta la noche.
Cuando su esposa le preguntó esa noche, se acordó de lo que había propuesto hacer. “No te preocupes”, le dijo, “Di‐s seguramente enviará algo en mi camino mañana.”
Al día siguiente, apenas había entrado en el mercado, un hombre muy alto se le acercó con un enorme mortero para la venta. Reb Iosef le entregó todo su dinero y lo compró. “¿Qué vamos a hacer con este viejo mortero?” su esposa preguntó ya en casa. Pero Reb Iosef no estaba preocupado y se fue a estudiar Torá. Dos días más tarde tuvo un sueño curioso en el que el hombre alto que le había vendido el mortero le dijo un secreto. “Debes saber”, reveló, “que la buena suerte te ha estado esperando, porque no estaba destinada a ser compartida con tu ex socio.
Pero ahora que estás solo, la hora ha llegado. “El mortero y la maja que te vendí”, continuó, “están hechas de oro puro. Debes conocer su valor real, para recibir una compensación justa.
Entonces, debes ir a la tierra de Israel, y vivir en la ciudad de Tzfat”. A la mañana siguiente Reb Iosef contó su sueño a su esposa, quien inmediatamente llamó a un orfebre para una evaluación. El orfebre frotó el polvo y la suciedad acumulada y se sorprendió por lo que vio. “¡Este mortero es de oro puro!”, les dijo, y determinó que valía una fortuna.
La pieza se vendió rápidamente, y el matrimonio se mudó a la tierra de Israel y se estableció en Tzfat. De hecho, el dinero que recibieron, fue suficiente para mantenerse por el resto de sus vidas. Pero lo que más contento puso a Reb Iosef fue que finalmente pudo publicar sus dos grandes obras, el Beit Iosef y el Shulján Aruj. Ya que Reb Iosef no era otro que el gran Rabi Iosef Karo, el famoso codificador medieval de la ley judía.