El hombre es como un árbol del campo

El decimoquinto día del mes hebreo de Shvat , o Tu BShvat , se conoce como el “ Año Nuevo de los Árboles ”. Puesto que la Torá compara al hombre con “un árbol del campo”,  este día es —por extensión— celebrado también por el hombre.

La germinación y el desarrollo de una pequeña plántula hasta convertirse en un árbol maduro y que produce frutos es una de las transformaciones más inspiradoras de toda la creación de Di-s .

En primer lugar, se desarrolla el sistema de raíces del árbol. A continuación, surgen el tronco y el cuerpo del árbol, así como las ramas y las hojas. Finalmente, llega el momento en que el árbol da frutos.

Las raíces están, en su mayor parte, ocultas a los ojos del observador. Sin embargo, es de ellas de donde el árbol obtiene su principal fuerza vital. Si bien es cierto que las hojas también nutren al árbol al absorber la luz solar, etc., aun así, las raíces son el sostén principal del árbol; si las cortas, el árbol pronto se marchitará y morirá.

Además, las raíces permiten que el árbol esté firmemente arraigado en la tierra y resista fuertes ráfagas de viento u otros elementos que pretendan arrancarlo.

El tronco y el cuerpo del árbol, incluidas las hojas, constituyen la inmensa mayoría de la masa real del árbol. Esta parte del árbol generalmente se encuentra en un estado de crecimiento constante, como lo demuestra el aumento del grosor del tronco y de las ramas, la aparición de hojas adicionales, etc. Además, la edad del árbol se puede determinar a partir de su tronco y cuerpo, especialmente a partir de sus anillos anuales.

A pesar del predominio físico del tronco y del cuerpo del árbol, éste alcanza su estado de perfección sólo cuando da fruto. Esto es así en mayor grado cuando la semilla contenida en el fruto sirve de antecesor y semilla para los árboles futuros de las generaciones venideras.

El hombre también tiene raíces, posee tronco y cuerpo y produce frutos. En muchos aspectos existe un notable grado de similitud entre el desarrollo del hombre —incluso su desarrollo espiritual— y el de un árbol.

Las raíces del hombre son su fe. Es la fe de la persona la que la une y la vincula con Di-s , la fuente y el manantial de su existencia. Incluso después de que el judío crece en el conocimiento de la Torá y en el cumplimiento de los mandamientos Divinos, sigue obteniendo su fuerza vital a través de su creencia en Di-s, el judaísmo y la Torá.

Por el contrario, un debilitamiento del sistema de raíces espirituales de la fe puede tener consecuencias nefastas incluso para un individuo que por lo demás esté espiritualmente bien desarrollado.

Una vez que se ha alcanzado el nivel de tener raíces de fe viables, una persona puede sentirse inclinada a dormirse en los laureles. En este punto, el árbol nos enseña que está compuesto predominantemente de tronco, ramas y hojas. El hombre también debe estar compuesto predominantemente de estudio de la Torá y buenas obras. En términos espirituales, esto significa que un judío nunca puede estar satisfecho sólo con la fe, porque sería como un árbol que echó raíces pero nunca desarrolló tronco, ramas y hojas. Un “árbol” así, en realidad, no es un árbol en absoluto: sus raíces están ahí, pero nada más. Además de raíces sanas, un judío debe tener el complemento completo de tronco, ramas, hojas, etc.

El tronco, las ramas y las hojas del judío son el estudio de la Torá, el cumplimiento de los mandamientos Divinos y las buenas acciones. Deben constituir la abrumadora mayoría de sus actividades. De hecho, uno puede determinar la “edad” de un judío midiendo sus “anillos”: cuántos de sus años ha pasado en busca del conocimiento espiritual y de acciones sustanciales.

Además, así como el cuerpo de un árbol crece constantemente, también debe haber un crecimiento constante en el tronco, las ramas y las hojas del judío: en el estudio de la Torá, en el cumplimiento de los mandamientos Divinos y en las buenas acciones.

Sin embargo, por más loables que sean todas estas cosas, el hombre alcanza su estado de plenitud sólo cuando, como un árbol, da fruto, afectando a sus amigos y vecinos de tal manera que ellos también cumplan el propósito de su creación. Al hacerlo, produce una cosecha inagotable de frutos, generación tras generación.

 

Basado en Likkutei Sichos , vol. VI, págs. 308-309 .

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