En la historia de Adám y Java, Di‐s entra en el jardín del Edén y le pregunta a Adám: “¿Has comido del árbol del que te ordené que no comieras?”
Una simple pregunta: ¿lo hiciste o no? Adám responde: “La mujer que me diste me dio del árbol y yo comí”.
Di‐s luego se acerca a Java y le pregunta: “¿Qué es eso que has hecho?” Java responde: “La serpiente me engañó y comí”.
En el momento en que Di‐s llega a la serpiente, no tiene una pierna sobre la cual pararse.
Siendo descendientes directos de Adám y Java, quizás algunos hayamos heredado esta debilidad humana: buscar a otros a quienes culpar cuando se cometen errores.
Algunos fumadores culpan al gobierno por permitir que se vendan cigarrillos, y algunas personas con sobrepeso culpan al supermercado por vender alimentos grasos.
A menudo olvidamos que cada vez que señalamos con el dedo a otra persona estamos, al mismo tiempo, señalándonos a nosotros con tres dedos.
Los niños pueden aprender esta actitud y buscar a quién culpar por sus errores.
Puedes escucharlos decir cosas como “Es culpa de mi maestra”, “Es culpa de mi hermana”, etc.
Una de las mejores maneras de enseñar a los niños a asumir sus responsabilidades es siendo ejemplos vivos.
Un buen líder, y todo padre es un “líder” en su familia, es aquel que puede ponerse de pie y decir: “Cometí un error, soy responsable y he aprendido una lección importante sobre cómo evitarlo”.
Algunas empresas tienen un libro en sus áreas de recepción titulado: Los errores que he cometido y lo que he aprendido de ellos.
Cada vez que alguien comete un error, va a ese libro y escribe cuál fue el error y qué aprendió de él.
En un entorno tan positivo, la gente no tiene miedo de reconocer sus errores porque se considera una experiencia de aprendizaje y crecimiento.
Hay algunos adultos que tienen entre cuarenta y cincuenta años que tienen dificultad para tomar decisiones.
Cuando se enfrentan a un dilema, aún vuelven con sus padres y les preguntan qué hacer.
Quizás esto se deba a que crecieron en un entorno en el que la gente tenía miedo de reconocer sus errores.
Cuando un niño ve que sus padres no tienen miedo de admitir que cometieron un error y están preparados para asumir toda la responsabilidad de sus acciones, este niño se sentirá más cómodo y confiado al tomar decisiones.
Si las cosas salen mal, aprenden de ellas y siguen adelante para convertirse en una persona mejor y más responsable.
También sería útil si pudiéramos enseñar a un niño desde una edad temprana a tomar decisiones propias, apropiadas para su edad.
A un niño de tres años, el padre puede sugerirle:
“¿Quieres desayunar del plato rojo o del plato azul?” A medida que el niño crece, las opciones se vuelven más sofisticadas, con algunas consecuencias y lecciones que se pueden aprender.
Él o ella crecerá y se convertirá en un adulto sano y funcional que tomará decisiones, aprenderá y prosperará.